lunes, 18 de febrero de 2008

ENTREVISTAS AL AUTOR

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JULIAN MALATESTA ( http://jumala-ntc.blogspot.com/ ) .
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JULIÁN MALATESTA.
ENTREVISTA AL POETA y PROFESOR de UniValle.
Entrevista realizada en Marzo de 2007 por el Grupo El Jardín de la Poesía , que dirigen Idania Ortiz, iortiz@uis.edu.co , y Claudia Patricia Meza, de la Universidad Industrial de Santander. La entrevista se transmitió por la emisora UIS AM 670 khz , emisoras@uis.edu.co , de la UIS.
Fotografía: Mónika Herrán. Tomada de la solapa 1 del libro "Cenizas en el cielo" (Febrero, 2.004)

¿Qué momentos de la infancia marcaron su vida?

JM: A la edad mía, la infancia resulta una pequeña región que se suele visitar casi siempre de modo involuntario. No es fácil ir a la infancia con un itinerario previsto; quizá por esa razón es tan difícil situarse en momentos particulares decisivos para la toma de una vocación. Yo diría que en mi infancia estuvo mi padre, era un poeta que tenía la costumbre de enseñárnoslo todo con palabras. Yo soy el mayor de siete hermanos y en la medida en que íbamos llegando al mundo mi padre nos iba situando en un lugar del lenguaje. Tengo el recuerdo, muy niño, de cuando nos instalaba encima de la cama y nos daba las lecciones de oratoria, nuestro público era mi madre y mis hermanos, debíamos improvisar un pequeño tema, que siempre debía tener una introducción, una idea central con desarrollo y un desenlace; pero lo que se hacía célebre y digno de aplausos eran nuestros gestos, el modo como intentábamos convencer al familiar auditorio de nuestras descabelladas ideas. Mi padre decía que en un auditorio o plaza pública, así se halle repleta de gente, siempre se habla a tres personas, una situada al frente y las otras dos en los flancos. Yo he tenido la ocasión de probarlo, nadie se percata de que la fuerza del orador está en el lugar donde sitúa la mirada, en el mundo del teatro esto es un axioma, cuando el actor dispersa la mirada el personaje se debilita y se hace inverosímil.

Recuerdo también otro momento. A mi me tocó la época en que se izaba semanalmente la bandera en la escuela, este evento requería de poemas a la patria y de sus obligados declamadores. Mi padre me escribía poemas que yo aprendía para esas eventualidades y de él recibía las lecciones de la declamación; así no sólo participaba en este ritual del patriotismo escolar, sino que hacía conocer la obra inédita de mi padre. Un día un profesor me preguntó: ¿Usted no sabe poemas de otros autores? Y yo le respondí, no me sé sino los de mi Papá. Le respondí con una soberbia de tribu que aún no he podido controlar. Creo que mi padre me introdujo a muy corta edad en esta cofradía, la de los poetas, me dotó de la soberbia de esa tribu.

¿Qué lo impele, qué lo incita a escribir?

Si algo dignifica al ser humano es su capacidad creadora, esa condición natural que lo distingue de todas las criaturas de la tierra. Poblamos este pedacito de lugar en el universo con la obligación de transformarlo y de transformarnos con él, signados quizá por la fatalidad de que en la acción creadora podamos destruirlo y destruirnos. Sin embargo, tengo la certidumbre de que el ser humano con esa prodigiosa herramienta que es el arte descubre en la creación un modo de explicarse y de comprender el mundo. Entiendo la escritura como un modo de interrogarnos, una manera de escrutar nuestra vida por fuera de los habituales y rutinarios modos de relacionarnos con ella. A la poesía y al arte en general no se le puede colocar compromisos y obligaciones, quien la ejecuta debe comprender que se halla en el oficio más libre de todos los oficios; pero a la poesía y al arte en general si hay que pedirles que intenten resolver los grandes interrogantes de la especie, que penetren los oscuros pasadizos por donde transita el tiempo del hombre, que arme hogueras donde sea necesario el calor y la luz. La poesía debe conducirnos a ese mundo que le es propio, ese universo que crea, para que aprendamos a comprender el mundo que habitamos. Asumir la poesía en esa bella paradoja que urdiera Baudelaire: La poesía es lo más real, lo que es completamente verdad aunque sólo en otro mundo.

-Julián ha trabajado como actor y director de teatro ¿reconoce vasos comunicantes entre el teatro y la poesía?

Mi paso por ese extraordinario mundo del teatro fue muy vital. Creo que el gran aporte que recojo de esa experiencia es la comprensión del valor de la imagen. En el teatro, con el gesto que es su material expresivo fundamental, es necesario construir imágenes, pensar la escena como imagen, y para ello hay que hacer concurrir de modo simultáneo en el instante decisivo, como en la fotografía, diversos materiales expresivos capaces de otorgar o producir una nueva significación. En la poesía, aunque sólo tiene la palabra, es fundamental la imagen, que resulta de hacer concurrir de modo simultáneo, en el instante decisivo, elementos y materiales que se hallaban distantes y que en el lenguaje ordinario jamás podrían encontrarse para producir un hecho estético nuevo.

Soy afín a esa idea del poeta Reverdy quien afirmaba que la imagen en poesía era el acercamiento de dos realidades lejanas y justas. Qué tanto lejanas sean y qué tan justas concurran, he ahí el secreto del arte poética. Ortega y Gasset en su ensayo sobre la deshumanización del arte había afirmado que la metáfora era el álgebra de la poesía y unos años después el joven Borges acuñaba una sugestiva frase: La metáfora: esa algebraica forma de correlacionar lejanías, en esta prodigiosa síntesis se cifra una buena concepción del poema. La imagen, cuyo soporte es la metáfora, es el medio por el cual se organiza el ritmo y acontece la música. De este modo, la música no se reduce a la afinidad fonética de los vocablos y a las simetrías o asimetrías calculadas de los acentos, como creían los viejos preceptistas, sino que se halla en el centro de operación del hecho estético constituido por la imagen.

Al igual que en el teatro la obra está por hacerse, la puesta en escena sólo es cuando se ejecuta ante un publico que en su exigente vínculo la legitima. Así el poema está por hacerse, no es si no concurre el episódico lector para legitimarlo y darle lugar en el mundo. En la plástica ocurre otro tanto, la imagen es su centro y con ella acontece el movimiento, sucede el ritmo, pero este no es percibido sino hasta cuando aparece el receptor y penetra con su mirada los intersticios de la tela.

En Confesiones de un amanuense recuerda cómo su padre supo advertirle sobre "el lenguaje que habita sigiloso en el silencio". Háblenos de ese ámbito secreto que antecede a la palabra. ¿Cómo construye un modo de hablar en el silencio?

En ese poema donde me refiero a las enseñanzas de mi padre, intento, no sé si con éxito, dibujar la condición del maestro y discípulo. Pienso que un verdadero maestro otorga el tiempo necesario para que germinen las ideas, advierte con sigilo los lazos de dependencia que va estableciendo el discípulo y los rompe, con cierto descuido permite que el muchacho camine solo un trecho del camino, que busque comprender a su modo las cosas de la existencia e incluso que dude de su maestro. En este aprendizaje el silencio es fundamental, es la tregua entre discípulo y maestro y es su libertad. Nadie rememora la clase completa de un maestro, de su magistral esfuerzo sólo nos queda una frase, una sola frase que suscitó en nosotros procesos interiores, una sola frase que era pórtico para caminos insospechados que incluso ignora el maestro. Un maestro que lo sabe todo nos cierra los ojos, un maestro que ignora nos educa en el ver. Un verdadero maestro no entrega significados completos, educa por implicación. En el silencio se calcula, se mide, se sopesa, se aprende la mesura, se edifica la cautela o la desprevención, se detecta el ritmo de las cosas, se percibe su movimiento y su duración y esto es fundamental para el poeta, en el silencio construye su método: la intuición creadora. Quizá me extiendo mucho, pero esa es la búsqueda en poesía, hacer que en el poema haya el suficiente silencio para que el lector tenga tiempo de hacerse poeta.

Si la poesía es "un lugar de residencia" , "un lugar que antes de ser habitado no ha existido para nadie" ¿cómo es esa casa de la palabra, la de Julián Malatesta, de qué imágenes está poblada?

Mi casa está en construcción, nunca he tenido en la palabra un lugar estable, en la casa del lenguaje soy como un inquilino que a veces se atrasa con la renta y el casero lo desaloja, le arroja las maletas por la ventana. Son muchas las ocasiones en que he entrado furtivamente a tomar posesión de mis pertenencias y entonces descubro que las han arrojado al fuego. Así me toca empezar de nuevo, pido ayuda a algunos amigos, quiero decir a mis lecturas, e inicio de nuevo, la poesía siempre será un inicio. A veces me instalo en la puerta y escucho las quejas del barrio y los transeúntes me informan de las fiestas, de los funerales, del dolor, del miedo o la zozobra y con eso escribo, pero nunca tengo la certeza de hallarme construyendo establemente la casa. Mis recuerdos también ayudan a colocar adoquines, pero aún así la casa se tambalea con el más leve viento. Ese lugar de residencia es un verdadero peligro, creo que un día voy a terminar en la calle.

-La poesía también puede ser sublevación, en el sentido que escribir todavía es una manera de preguntar, de inquietar. ¿Cómo asoma esa lucidez en su poesía?

Como decía antes, a la poesía y al arte no se le pueden colocar propósitos, digamos que la poesía no se define por sus loables o perniciosos objetivos, pero es tan bueno conspirar contra la infamia, contra los tiranos, revelar la coartada del verdugo, hacerle saber al mundo, como en la fábula de El traje nuevo del emperador, que el gobernante va desnudo con todas sus miserias al aire y que a nadie engaña. Estos divertimentos son de alto riesgo, no sólo por las persecuciones que puede acarrearse el poeta, sino por la caída del poema en las cloacas del sentido único, de la única interpretación y sobre todo en la rigidez de un lenguaje que a nombre de la libertad instala mordazas. La poesía política es muy delicada estéticamente hablando, su factura requiere cierto desenfado, un aire de descuido y de distracción la anima, de juego y de altanería, de insolencia y de humildad. Si el poema se concentra, se obstina como una flecha en llegar al blanco, no sólo malogra el arco, su fuerza inicial, sino que el blanco desaparece y la flecha queda circulando en el aire sin destino. Ese es el lamentable espectáculo de la poesía panfletaria. Yo he sufrido esa desdicha.

Alguien comentaba que no se enseña a escribir, no se enseña qué poner en un poema, cuando mucho qué sacar. ¿Qué piensa al respecto, desde su experiencia como profesor titular de la Escuela de Estudios Literarios de la Universidad del Valle?

Es verdad, no se enseña a hacer poesía, no se enseña a escribir en términos literarios. El profesor de literatura es un facilitador, como dicen ahora, alguien que tiene la facultad de poner en común unas lecturas, unos autores y quizá unas opiniones críticas, ante un cotidiano auditorio, institucionalmente segmentado para recibir en un determinado período unas particulares lecciones. Es bastante melancólica esa labor. Pero puede ocurrir que este facilitador se empeñe en promover el camino de la creación y para ello se de sus mañas y entonces ponga a sus alumnos en contacto con los trucos, audacias y reconocidas habilidades técnicas de un poeta o de un escritor, realice en el aula ejercicios que buscan hacer comprender el modo de operación de la metáfora, o el mecanismo como opera el suspenso en el relato, el dato escondido, la celada entre otros, y aún así no es seguro que tenga la fortuna de encontrarse con un poeta o un narrador en ciernes. ¿En dónde se halla el escritor, qué lugar habita el poeta? Yo tengo la presunción de que éste se halla más cerca de lo que parece, la sociedad lo ha ido seleccionando para esa función, trae una patria lírica y épica en su corazón y en su sangre antes de entrar al aula, donde quizá es factible que se malogre y pierda el camino.

Los profesores de literatura producimos más frustraciones que realizaciones; por lo general, no son los creadores quienes están al mando en las clases de literatura y por ello no perciben con facilidad el espíritu del creador que crece con dificultad en su clase. El profesor de literatura común teme ser desprendido de su pequeña verdad, normalmente no se arriesga a correr por los pequeños atajos y hondonadas de la reflexión que un díscolo estudiante le propone, en esos momentos prefiere el orden y la disciplina antes que arriesgar su clase a un desacomodo momentáneo. Así termina el año lectivo o el semestre sin conocer su auditorio. Y el poeta que se venía haciendo, con el concurso de su sociedad y su época, queda oculto, cae derrotado o es vencido por la indolencia de su maestro. A mi juicio, el poeta ha de revelarse, tiene que manifestarse, hacer visible su ímpetu y un aguzado maestro debe prestar las condiciones para que acontezca esta manifestación, luego vendrá la disciplina, es preciso familiarizarlo con el camino de la dificultad, educarlo en el coraje del oficio. Nosotros los profesores aún tenemos muchas cosas que aprender.

¿Qué voces o qué autores han dejado huella en su escritura?

La literatura se hace con literatura. Yo me atrevería a decir que nunca con la realidad. Sólo es con los instrumentos de la literatura que interrogamos y exploramos, en una perspectiva estética, la realidad y tal vez transformemos desde ahí a la literatura. Por eso nuestro diálogo cotidiano con los muertos es fundamental y también nuestro diálogo con nuestros contemporáneos, sólo que el poeta debe aprender a despedirse de esas compañías, debe aprender a caminar algunos trechos solo y a reunirse de nuevo con esos amigos que no cesan de hablar. A estas alturas mis poetas son muchos pero de todos ellos algunos me visitan más asiduamente: León de Greiff, Yorgos Seferis, Cavafis, Ezra Pound, William Carlos Williams y algunos poetas chinos de la dinastía Tang que releo con frecuencia.

¿La poesía colombiana goza de salud?

Desaparecidos los pequeños grupos aglutinados alrededor de revistas, publicaciones y toldas ideológicas, Me refiero a la denominada generación del Centenario, el grupo de Los Nuevos, la mal llamada generación Mito que es un verdadero Mito, los poetas de Piedra y Cielo o los nadaistas que todavía se obstinan por existir en medio del más degradante espectáculo de sumisión al establecimiento, podríamos decir que la poesía colombiana vive un extraordinario momento, es la manifestación de las más diversas preocupaciones espirituales. Es una poesía que interroga con mucha agudeza el destino del hombre en estos tiempos aciagos y lo hace con un fuerte lenguaje, sin miedo y sin falsa retórica, dialoga sin dogmatismo con escuelas y movimientos literarios del pasado, con el virtuosismo de una poesía universal, sin la enajenación de una militancia teórica o la adhesión acrítica a doctrinas estéticas. Es una poesía que se hace más joven cada vez que es más antigua. Pero es necesario destacar que la poesía hecha por mujeres, la voz femenina, aparece en las letras colombianas con un inusitado vigor y transforma sensiblemente los modos de recepción del hecho poético. La poesía colombiana de hoy, pese a los poetas que el establecimiento mercadea, goza de buena salud.